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El Mar Mediterráneo, centro de un mundo incompleto

 

El mar Mediterráneo de la Antigüedad era un mar sin meridianos ni paralelos, sin relojes mecánicos, ni cronómetros marinos. Los pilotos entonces levantaban sus ojos al cielo, que para ellos era un “reloj inmenso sin engranajes ni rozamientos”, y en este reloj rudimentario veían reflejado el movimiento de la Tierra, y en él leían las señales que les marcaban la ruta a seguir.

 

En torno a sus costas giraba Occidente. Fue el mare magnum de los hebreos, pues grande debió de parecerle al pueblo elegido comparándolo con los lagos de Galilea y con los mares Muerto y Rojo. El mare internum de los primitivos navegantes, que tras recorrer sus orillas no encontraron más salida que la de aventurarse más allá de las columnas de Hércules adentrándose en el desconocido y amenazante mare tenebrosum: el océano Atlántico.

 

 

El mar Mediterráneo fue durante mucho tiempo el centro de un mundo incompleto. Sus aguas unieron las distintas civilizaciones que se bañaban en sus riberas en un momento en el que los únicos que utilizaban mapas eran los comerciantes y los viajeros.

 

Las cartas portulanas dibujaron el contorno de este mar cerrado, con un sencillo trazado que resultaba suficiente para que el marino llegase a su destino.


Las cartas portulanas, también conocidas como arrumbadas o cartas de compás, proceden de la experiencia náutica de los marinos, quienes fueron transmitiendo de una generación a otra la información necesaria para una navegación segura, desde los periplos griegos hasta los portulanos romanos, de los que este modelo cartográfico tomó su nombre. Los libros portulanos eran una recopilación de puertos, accidentes de la costa, desembocaduras fluviales, peligros de fondos y corrientes, fondeaderos y cualquier dato de interés para el piloto.

 

 

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